Revelando los misterios de Aitana

Aitana
Germán Espinosa
Alfaguara, 2007.

Christian Valencia apuntó en su reseña que nunca había leído una novela tan estremecedora. Luz Mary Giraldo, según dijo en el lanzamiento, experimentó altas dosis de miedo y duró dos noches sin conciliar el sueño después de leerla. 

Que la última novela de Germán Espinosa, Aitana, exponga ciertas facetas esotéricas no es nada extraño en un escritor que a ratos nos remonta a textos y a culturas saturadas de misterio; lo extraño es que estas últimas supersticiones no provengan del plano de la realidad poética o de la erudición sino de la vida misma, de experiencias personales. Eso es lo que asusta en Aitana: la narración intensa de los últimos tres años de la vida del gran novelista colombiano, los más dolorosos de su vida. 

Todo empezó una noche de diciembre del 2004 en que, por alguna complicación intestinal, médicos practicantes del Hospital San José (San Patricio, en la novela) lo sometieron a una cirugía de urgencia, causando que el efecto de la anestesia detuviera su corazón por instantes; lo trasladaron del quirófano a cuidados intensivos, aún con el abdomen abierto, y sólo unas horas después aquellos cirujanos practicantes (iba a decir, «carniceros») se limitaron a sentenciar que muy posiblemente Espinosa moriría esa misma noche. 

Pero no. Duró interno en cuidados intensivos hasta febrero de 2005 padeciendo los delirios más espantosos que pueda soportar mente alguna. Los capítulos XIV y XVI de Aitana se encargan de detallar esas alucinaciones en que nunca puede saciar una sed que lo fumiga de fuego, en que lo sodomizan, en que a lo lejos se escuchan disparos de árabes y judíos. 

De no haber sido por las llamadas de García Márquez, López Michelsen y del propio presidente Uribe al director del hospital, Espinosa hubiera muerto por la desatención y la indiferencia de nuestro sistema de salud. 

No bien se repone de su enfermedad, su esposa Josefina (Aitana), su amor por más de cuarenta años (su amor también en otras vidas) sufre el "leve tránsito" (la muerte, según Thomas Mann) en el apartamento que compartían ambos en las Torres Jiménez de Quesada. 

A la semana siguiente, por los días agoreros de noviembre, fallece mitigado por el cáncer uno de sus mejores amigos: R. H. Moreno-Durán (J. M. Rubio-Salazar en la novela). 

Y la última noche de 2005, después de celebrar las Ferias de Cali con su novia norteamericana, muere su joven amigo Johann Rodríguez-Bravo (John Aristizabal en la novela) porque se le explota un aneurisma y su cerebro queda nadando en sangre. Tres días después Johann, la gran promesa de la literatura colombiana, es convertido en polvo. 

Hay más: meses atrás una especie de deportista fantasma, con la cuenca de los ojos vacíos, casi destroza a hachazos el taxi que los conducía a medianoche por la avenida Circunvalar. Hablando con el jurista Absalón Bermeo (Nicolás Salom en la vida real) de repente observan que éste, en el éxtasis de una conversación sobre el humanismo español, se queda con los ojos abiertos y fijos víctima de un infarto. 

¿Quién ejerce toda esa maldad? Según Espinosa es un brujo negro de Cali, mejor dicho, una especie de poetastro enloquecido por la vanidad, la envidia y la mezquindad contra su obra. ¿Arturo Alape? No lo sabremos nunca. 

De cierta universidad bogotana


Antes de soportar todos aquellos horrores, el gran novelista había ya consolidado una tertulia con algunos estudiantes de Letras muy entusiastas por su obra, entre ellos Johann y un tal Nicolás Sarmiento, quien escribió una tesis sobre Alfonso Reyes y animó la Red Nacional de Estudiantes de Literatura. 

Primero se reunían en un café de la avenida Jiménez, al lado de la librería Lerner; después se mudaron al café Beck en la avenida 19 con la estación de Las Aguas. Estos jóvenes han llegado a afirmar en entrevistas que esas tertulias constituyeron para ellos su verdadera universidad. ¿Por qué? ¿De qué universidad provenían esos estudiantes de letras que se reunían con Espinosa? 

De acuerdo a la ubicación de las tertulias, la más cercana a la Jiménez y a la plazuela de Las Aguas, con facultad de literatura, es nada menos y nada más que aquella que Gutiérrez Girardot llamó "Laserna College" o fábrica de calcomanías norteamericanas, esto es, la Universidad de los Andes. Espinosa la llama en la novela Universidad Filotécnica, y agrega que en ella había: 

«un departamento de letras caído hacía tiempos en manos de un grupúsculo de mujeres de tendencia feminista y gustos equívocos [...] en alguna ocasión una de estas trató de infamar el nombre de Rubén Darío, tildándolo de poeta cursi. Nicolás Sarmiento no vaciló en solicitar la palabra para alegar la extraordinaria revolución de modernidad realizada por el nicaragüense en las letras hispánicas. La engolada catedrática, una poetisa de media petaca a quien la adulación de sus amigos más próximos hacía creer que la fama había tocado sus puertas (cuando en verdad – si hiciéramos caso omiso de su reputación perfectamente melancólica dentro del recinto de la universidad – flotaba como una polilla azorada en las estratosferas del anonimato), intentó refutarlo afirmando que esas antiguallas conceptuales le habían sido inculcadas por cierto literato anacrónico – se refería, claro, a mí – que aún admiraba las literaturas de épocas extintas y que, por ello, escribía jurasico y pretendía musicalizar sus versos a partir de trucos retóricos hacía tiempos superados. Mi joven amigo, Aitana y yo reíamos llenos de regocijo evocando aquella salva de pretendidas inhabilitaciones que, procedente de una marisabidilla incompetente y más bien ridícula, sólo conseguía ennoblecerme» (Véase pgs. 27-28). 


¿Quién es esa poetisa? ¿Piedad Bonnett? La tesis de Nicolás Sarmiento, por tal razón, nunca será laureada. Por si fuera poco,  el joven Sarmiento resultó golpeado por una de las tantas redes de "bobos peligrosos" (sólo los mediocres se asocian). De la Universidad Filotécnica aparece también el importuno profesor Eduardo Gómez, en el personaje de Eduardo Obeso, que enseña sobre Baudelaire y Proust sin saber un ápice de francés, y para quien el amor es ridículo y sólo obedece a aspectos químicos. Lo mismo sostiene cierto columnista alemán de alguna ONG. 

Epílogo



Que la facultad de literatura de la Universidad de los Andes aparezca es mera coincidencia. Vargas Llosa ha dicho que aun si los datos de una novela han sucedido en la realidad, al verterse en el molde literario quedan convertidos en ficción.

1 comentario:

JMT dijo...

Muy inesperada la hipótesis de que haya sido Piedad Bonnet una de esas escritoras feministas que criticaban a Espinosa y Rubén Darío. Quién lo diría. ¿Y Helena Jáuregui existió? Interesante artículo, Sebastián. Te envío un saludo afectuoso y gracias por mantener vivo el interés y la memoria de Germán Espinosa.